Aquí
en este inmundo agujero, apartado de la sociedad, sin poder hablar
con mi familia, recuerdo que todo empezó con aquella carta del
banco:
“Señor
Admin Afdoufa:
Queda
desahuciado del domicilio de la calle Bárbara, bloque nº 42, 3ºA.
Si usted no abandona voluntariamente el inmueble en las próximas 72
horas, será necesario tomar medidas legales contra usted.
Atentamente,
el Banco de España”
Aquella
situación, me obligó a hacer una locura de la que me arrepiento y
me arrepentiré toda mi vida. Hablé
con un antiguo compañero de casa que tuve en Marruecos, Yuse
Benedetti, un hombre robusto, bien vestido, ambicioso y muy acomodado
en el mundo de los negocios, aunque nadie con certeza podía decir a
lo que se dedicaba. Le expliqué las circunstancias tan difíciles en
las que me encontraba y le pregunté si esto tenía alguna solución.
Él me miró seriamente y me dijo:
-
Tengo algo para ti.
Puso
una maleta negra sobre la mesa y me indicó:
-
Cógela, dentro del bolsillo exterior encontrarás un billete de
avión hasta Colombia, mandaré a alguien que te recoja, lo único
que debes hacer es intercambiar la maleta y volver. Cuando llegues
obtendrás tu recompensa.
Me
advirtió de que no la abriese, y eso hice. Fui a mi casa, me
despedí, cogí lo imprescindible y emprendí mi viaje hasta el
aeropuerto. Allí pasé los escáneres y chequeos con normalidad y
tras doce horas de vuelo, pisé por fin Colombia.
Volví
a pasar los controles de seguridad y me encaminé a la salida para
encontrarme con aquel hombre que, supuestamente, me esperaba. Tras
varias ojeadas, lo reconocí al lado de una columna metálica. Tenía
un físico imponente... se notaba que había pertenecido en el pasado
a un cuerpo militar por sus brazos como troncos de árboles, tatuajes
con el símbolo ejército colombiano, rastas castañas, barba corta
del mismo color que su pelo, gafas que solo permitían ver el reflejo
y un tono de piel moreno caribeño. Vestía pantalones anchos con
tapices de camuflaje sujetados por un cinturón de cuero negro, botas
militares por las que se entreveía la empuñadura de una arma blanca
y una camiseta negra ajustada. Tenía una expresión sería e
insensible que daba miedo, aun así decidí avanzar hasta él,
mientras notaba a mis espaldas las miradas punzantes de la gente que
me rodeaba.
Mientras
caminaba me estaba empezando a dar cuenta de lo extraña que era
aquella situación y me preguntaba qué objeto tan importante
contendría aquella maleta como para que no pudiese abrirla, también
me preguntaba quién era aquel tipo salido de una película de acción
y por qué debía yo entregarle la maleta, aquellas dudas me hicieron
parar a medio camino para dar media vuelta, pero volví a pensar en
mi familia, así que avancé hasta el hombre, me miró seriamente y
me dijo “Dame la maleta con cuidado, no hagas gestos bruscos, coge
esta maleta y vuelve sin mirar atrás”, y eso hice, pero antes de
que me diese cuenta había más de un centenar de oficiales de
policía del aeropuerto vestidos de paisano apuntándome con un
revólver y miles de personas gritando y corriendo por todas partes,
miré hacía la columna pero aquel extraño hombre había
desaparecido, lo único que podía hacer era soltar la maleta y poner
las manos en la nuca.
Uno
de los policías trajo un gran perro que comenzó a olfatearme a mí
y después a mi maleta, al terminar soltó un estruendoso ladrido y
se sentó, aquel mismo oficial la abrió y la inspeccionó, sin
embargo, sorprendentemente en su interior no había nada. Al instante
con gran asombro vi a uno de los policías que me apuntaba sacar una
navaja de debajo del cinturón y rajar la tela... ¡Aquella maleta
poseía un doble fondo y contenía más de treinta kilos de heroína!
Comprendí
que estaba perdido, Yuse Benedetti era un traficante y me la había
jugado.
Los
momentos que pasaron hasta que me trasladaron a la prisión más
cercana, los recuerdo con poca nitidez ya que tenía mucho miedo y me
encontraba en estado de shock, no podía creer que mi libertad
acabase justo cuando entrase en las puertas de aquel inhóspito zulo.
Los
años años han trascurrido muy lentos, a veces sin sitio donde
dormir, ni comida, ni medicinas ni las condiciones mínimas de
higiene, con miedo, frío y soledad...
Aquí
en este inmundo agujero, apartado de la sociedad, sin poder hablar
con mi familia, recuerdo como empezó todo y una pequeña luz de
esperanza invade mi corazón al pensar que ya solo queda un año para
volver a ver a mi familia.
ANA GONZÁLEZ, CARMEN HERNÁNDEZ, MIGUEL MAHÓN, FRAN MUÑOZ, ANDREA RODRÍGUEZ