TODAS ERAN TERESA
Pablo paseaba aquel día por la playa del Limonar en Málaga, por entonces tenía casi diez años. Lo que vio ese día fue una bonita barca con el nombre de Teresa grabado en ella. La barca le gustó y pensó que sería una buena idea dibujarla. Pensaba en eso cuando de repente aparecieron por allí el pescador, dueño de la barca y su hija. A Pablo le pareció tan guapa aquella niña, que se olvidó de la barca y creyó que sería mejor pintar a la niña. Teresa, como la barca, así supuso que se llamaba. Como en ese momento Pablo no tenía ni papel y lápiz para pintar, alisó la arena con su mano poco a poco hasta dejarla suave y plana, cogió un trozo de concha y empezó a dibujar a la niña. Aunque estaba orgulloso de su obra, esta no duró mucho puesto que una ola se la llevó. Aunque se borró de la arena nunca se le borró de su memoria.
La familia de Pablo tuvo que marcharse de Málaga, así que nunca más pudo volver a ver a Teresa. Fueron de ciudad en ciudad y Pablo estudió pintura en las mejores escuelas de Bellas Artes de cada una y llegó a ser el pintor famoso que todos conocemos.
Los años pasaban para Pablo pero también para Teresa que crecía en su cabeza imaginando como sería según su edad.
Durante su época de Barcelona y de París tuvo muchas modelos que posaban para el, pero en su cabeza cada vez que pintaba a una de ellas le estaba Teresa, ya que nunca se le fue de la memoria. Así que, siempre que pintaba a una mujer pintaba a Teresa. Debido a su estilo abstracto o cubista, nadie lo notaba.
Un día estaba Pablo en una exposición suya en París y vio a una mujer muy guapa observando un cuadro, a el le pareció ver a Teresa. El se acercó a ella y le pregunto:
-¿De dónde eres?
- De Málaga- Respondió.
LOLA MULET SALAS 1º A, B
Me encontraba deshidratado, hambriento, cansado y tenía varias heridas y quemaduras en el cuerpo; estaba tumbado en la cubierta junto a mis compañeros luchando por sobrevivir. Pensé que era el fin y cerré los ojos para recordar qué era lo que me había llevado a esa situación.
Como un día cualquiera me encontraba en el puerto junto a mi padre limpiando pescado, cuando a lo lejos divisé un gran grupo de personas escuchando a un hombre subido a un barril; su nombre era Cristóbal Colón. Me acerqué a escuchar, como muchos chavales de mi edad, a ese tal Cristóbal Colón que alistaba tripulación para viajar a la India por una nueva ruta. Levanté la mano para alistarme, pensé que sería una gran oportunidad para cambiar de vida. Él nos dijo que partiríamos esa misma tarde. Estaba emocionado, nunca había salido de Palos de la Frontera, a mis quince años sería uno de los afortunados en conocer mundo.
A las ocho, en el puerto todos cargábamos provisiones en tres barcos a los que el capitán llamaba: “La Niña, La Pinta y La Santa María”. Yo iría en La Pinta. Zarpamos y todos comenzamos a remar con ilusión, mientras nuestras familias se despedían desde la costa.
Llevábamos tres semanas navegando cuando unas nubes negras se aproximaron a nosotros y comenzó a llover. Los barcos se tambaleaban, la madera crujía, el timón no paraba de girar, murieron seis hombres y perdimos muchas provisiones. A la mañana siguiente después del temporal descubrimos que habíamos extraviado el rumbo. Tras varios días sin saber adonde íbamos y sin nada que comer o beber, varios hombres planearon un motín contra el capitán, pero la tripulación se vio afectada por el escorbuto y la fiebre, casi todos se contagiaron. Incluso yo, me sentía muy débil y no tenía nada que llevarme a la boca.
Llevábamos más de ocho semanas navegando y más de veinte hombres murieron por la fiebre y la desnutrición. El capitán ordenó que todos los infectados se alejasen de los demás tripulantes; sin embargo, estábamos todos juntos tumbados en cubierta. Yo me encontraba deshidratado, hambriento, cansado y tenía varias heridas y quemaduras; luchando por sobrevivir, pensé que era el fin y cerré los ojos para recordar qué era lo que me había llevado a esta situación. Medio delirando y como en sueños escuché: “¡Tierra!”...
ANDREA RODRÍGUEZ PÉREZ 1º B
Rafael se despertó con los pies mojados, donde había dormido las dos últimas semanas, en aquella bodega tan húmeda. Empezó a recordar cómo se enteró de la noticia de la partida de tres barcos hacia la India. Como no tenía ninguna experiencia como marinero y debido su corta edad bastó una mirada para que entendiera que no le admitían entre la tripulación. Rafael vivía en la calle, no tenía familia, comía lo que encontraba. Aún recuerda esa noche en la que se coló en este barco como polizonte, sin pensárselo dos veces, en busca de una nueva vida. No dejó nada en esas tierras.
Rafael estuvo muy asustado y preocupado, ya que conseguía sobrevivir con lo poco que se llevaba a la boca, por lo que había días enteros que no comía. Su mayor preocupación era que le descubrieran y le abandonaran en medio del océano. Pero un día cambió si suerte, ese día en el que le descubriría el mismo Cristóbal Colón, que le encontró casi inconsciente con un aspecto de no haber comido en varios días, Colón los encontró por casualidad, al caérsele una brújula, que había ido a para a la bodega. Él se lo llevó a su camarote dudando qué hacer, ya que la ley del mar impone que si descubrían al muchacho lo tendrían que tirar al mar por polizonte, eso le preocupaba mucho. En su camarote le cuidó como a un hijo ya que veía en él un valiente joven, del que se hizo amigo rápidamente. Cristóbal veía reflejados sus años de juventud en aquel muchacho, en Rafael. Esa fue una de las cosas que provocó ese gran aprecio entre los dos, por lo que Colón decidió darle una oportunidad, diciéndole a todos que era su sobrino. A partir de ese día todo cambió para Rafael; él ayudaba en todo lo posible, le trataban como un hombre y no tenía que ir buscando restos para poder sobrevivir. Rafael se lo agradecía todos los días a Cristóbal Colón, al que se le veía muy alegre junto al muchacho. Hasta que ese gran día esperado por todos por fin llegó...
JOSÉ ANTONIO VELASCO 1º C, D
Una tarde de agosto, Juan recibió una llamada de su prima María que vivía en Écija. Su prima le dijo que esa misma mañana había muerto su madre, la tía de Juan, y que el entierro sería al día siguiente por la mañana. Juan se despidió de su prima y se apresuró a hacer la maleta y a preparar todo lo necesario para coger el autobús que salía de Madrid al amanecer.
Llegó a tiempo para asistir al entierro y cuando finalizó y se despidieron los familiares, era, todavía, las cuatro de la tarde. Fue a dar un paseo y llegó hasta la calle donde había vivido de pequeño. Buscó su casa pero ya no existía como él la recordaba, en su lugar habían construido un bloque de pisos. Mientras caminaba, el único sonido que se escuchaba por la calle era el de sus pasos sobre la acera recalentada. No se oía ni el piar de los pájaros, ni el ruido de ningún coche que pasara a lo lejos. No había nadie a la vista y parecía que él era el único ser vivo en ese pueblo.
El calor era horrible y las gotas de sudor le bajaban por la espalda. Llegó hasta una iglesia que le resultaba conocida y se sorprendió al no ver ni siquiera una lagartija trepando por sus paredes.
Se estaba secando el sudor de la frente con un pañuelo cuando, de pronto, vio detrás de la iglesia un bar con unas mesas en la puerta. Juan se sentó fatigado en una de las sillas y el camarero lo miró sorprendido de tener un cliente, de que alguien anduviese por la calle a esa hora de la tarde.
- “Güena tarde. ¿Qué va tomá?”
- Una cerveza, por favor, y que esté bien fría- contestó.
Juan se la bebió de un trago y dejo el vaso en la mesa muy satisfecho.
- “¿Quiere argo ma?” –dijo el camarero.
- Sí, gracias, otra cerveza.
- “Tu no ere daqui, ¿verdá?” –le pregunta el camarero mientras le pone otra cerveza helada.
- La verdad es que nací aquí pero mis padres se fueron a vivir a Madrid por motivos de trabajo cuando yo era un niño y ahora he tenido que venir al entierro de un familiar. -le contestó Juan.
- “¿Y como ladao por pazeá a estazora?”
- Bueno, como todavía tengo tiempo hasta la hora de coger el autobús para Madrid, estaba dando un paseo porque quería recordar la infancia que pasé por aquí.
- “Po tie uste való, porque a estaz'hora no hay quien s'atreva a salí a la calle con la caló que jaze.”
- Tiene usted toda la razón. Son muchos los recuerdos que han venido hoy a mi mente, pero de lo que no me acordaba es de la “caló” que hace en Sevilla.
CARTA A UN DESCONOCIDO
Me llamo Livia (“Livi” para mi único amigo) y aunque mi nombre es patricio no soy más que una mísera esclava. Tengo 15 años y siempre he vivido en Itálica, cuna de grandes emperadores. Ésta es mi historia, escrita en esta carta mientras consumo mis últimos segundos de aliento. La verdad es que aun siendo esclava tengo suerte, pues consideraron que era lo suficientemente inteligente como para enseñarme a leer y escribir.
Todo empezó aquí, en mi ciudad, en la casa de mi amo Lucius Aquilinus y tras la muerte de mi madre. Fue el peor día de mi vida, el destino me arrebató todo cuanto tenía y quería. Mi padre, había fallecido a la edad de 18 años; no le conocí. Al día siguiente apareció el que sería mi primer y especial amigo. Él era el nuevo esclavo que Lucius había comprado; no estaba demasiado hablador en aquel momento.
Un día, tuvimos que preparar juntos la gran cena anual organizada por nuestro señor juntos. Él me dijo que se llamaba Claudio y yo me presenté también. Yo vi en sus ojos que podía confiar en él y supongo que él también en los míos, pues era lo que sentía. Desde entonces fuimos los mejores amigos y hablábamos cuando nadie nos vigilaba.
Claudio siempre me decía que odiaba al amo; yo siempre le daba la razón. Después de tantas críticas tomamos la decisión más importante de nuestras vidas: escapar. Para ello elaboramos un plan, que llevamos a cabo brillantemente y resultó exitoso. Echamos pociones adormecedoras en los vinos de los guardias y Lucius; al caer la noche salimos corriendo.
Acabamos en un pueblo de Onoba sin dinero, ni hogar ni trabajo, pero con mucho esfuerzo conseguimos montar una taberna. Cocinábamos tan bien que el negocio fue aumentando hasta conseguir la fama. Lo malo es que la fama lleva a ser reconocido y el señor Aquilinus nos encontró; decidió echarnos a los leones. Lo que nos transporta al momento actual, la muerte.
No tengo miedo, pues mi camarada me acompaña en la travesía hasta un lugar con todos mis seres queridos. Pero, aún me quedan muchas experiencias por vivir. Seré sincera: -¡Tengo muchísimo miedo!
…
La ciudad se está manifestando porque quiere nuestra libertad. Adoran la taberna y no imaginan ya la vida sin ella. ¿Quién diría al principio de esta carta que la compasión de nuestro amo nos salvaría la vida que veíamos devorada por leones? Voy a dejar la carta aquí por si a la siguiente persona que ocupe esta celda le sirve de esperanza.
Livia
ANA CASADO SÁNCHEZ 1º A, B
Laya vivía en Itálica, una ciudad a la orilla del río Betis. En la que convivía felizmente con su padre Marcos, su madre Marcia y su hermano Adriano. Un día estaba jugando con su hermano en la plaza, cuando vinieron dos mensajeros procedentes de Roma, con una carta del emperador Trajano en la que reclamaba a Laya, ya que aseguraba ser su padre natural. Toda la gente estaba muy contenta ya que Laya se iba a vivir a Roma con el emperador. Pero Laya no pensaba igual .
LA VIDA DE LAYA
En el año 83 d.C nació una niña, Laya , que prefirió el amor de una familia modesta a lariqueza que le pudiera dar una persona que apenas conocía.
Laya vivía en Itálica, una ciudad a la orilla del río Betis. En la que convivía felizmente con su padre Marcos, su madre Marcia y su hermano Adriano. Un día estaba jugando con su hermano en la plaza, cuando vinieron dos mensajeros procedentes de Roma, con una carta del emperador Trajano en la que reclamaba a Laya, ya que aseguraba ser su padre natural. Toda la gente estaba muy contenta ya que Laya se iba a vivir a Roma con el emperador. Pero Laya no pensaba igual .
La noticia le sorprendió y se sentía confundida. Como hacía cada vez que se sentía así, fue a la orilla del río Betis a pensar y decidir que debía hacer. Recordó que su abuelo le decía que no era como las demás, porque todos los niños llegaban en una cigüeña y ella había llegado en una balsa. Entonces no entendía lo que su abuelo le decía, pero ahora todo encajaba. Y aunque las personas que la habían criado no fueran sus padres, a ella eso le daba igual, porque siempre la habían tratado como si lo fueran. Por ello decidió quedarse con las personas que le habían dado el amor y el cariño de unos padre, rechazando las riquezas que le podía llegar a dar una persona que no conocía.
MARÍA REY DOMENECH 1º A, B
La historia de Claudia
Me llamo Claudia y nací en Hispalis en la época del emperador Adriano. Con 16 años un noble romano me tomó como esclava y me llevó a la ciudad de Itálica. Estaba aterrada, había escuchado cientos de historias de cómo los romanos trataban a los esclavos de Hispania.
Al llegar me asombró la ciudad. Conocí después que el emperador había nacido allí y había impulsado su ampliación, lo que se llamaba “nova urbs”, la parte nueva. Eran calles anchas pavimentadas con grandes losas y tenían desagües. Había muchas fuentes, estatuas, grandes aceras cubiertas donde protegerse del sol. Había un templo, unas termas, y más allá de la muralla se apreciaba un enorme anfiteatro.
La ciudad era enorme y con una gran actividad. El tráfico de caballos, carros y personas era intenso. Identifiqué tiendas de pan, de zapatos, de libros, de cerámicas, de joyas. Circulaban soldados, esclavos, campesinos, hombres de negocios.
Mi señor, que procedía de una familia de patricios de Roma, me llevó a su casa. En ella vi preciosos mosaicos con dibujos de pájaros, que daban nombre a la casa. En el centro del edificio había un patio interior con jardines. En la parte exterior había una estancia con un horno donde aprendí a hacer pan.
Poco a poco fui perdiendo el temor. Mi señor era una persona culta a quien gustaba leer. Me enseñó latín. Frecuentemente le acompañaba a las Termas, unos baños públicos donde había salas de agua caliente, de agua templada y de agua fría, y una sala de masajes. En ellas se reunían los nobles de la ciudad. Yo me quedaba a la espera de lo que pudiera necesitar.
Visité también el anfiteatro, aunque como esclava no podía asistir a los espectáculos, se escuchaba el griterio de la plaza vitoreando a los gladiadores. También estaba el circo y las carreras de cuádrigas.
Pasó el tiempo, mi señor se casó y tuvo 3 hijos. Conocí otras esclavas y pude tener una vida digna en aquella ciudad al cuidado de esta familia. Yo también conocí a un muchacho que era pescador, y después de algunos años mi señor me concedió la libertad.
Ahora vivo en un pueblo de la costa y recuerdo con cariño mi estancia en la ciudad de Itálica.
MARÍA TORNERO URBANO 1º A, B
Me gustan muchos los relatos.
ResponderEliminarLola Mulet Salas.